"¿Cardenal? ¡Cómo me vas a decir así! ¿No sabías vos que los cardenales son los que están en las jaulas? ¡Yo soy el padre Jorge, así nomás!" Desde entonces, Alberto Romero se acostumbró a esperarlo en la Villa 21 y 24, de Buenos Aires -que se extiende desde el Riachuelo hasta la cancha de Huracán-, como a un cura más. "Me cuesta creer que el padre Jorge sea ese que está ahí, en la tele, vestido de Papa. Digo, ¿pero cómo? Está saludando a los reyes y hasta hace poquito estaba con nosotros en la villa. Donde veía que había una mesita con algún santito ahí se iba a bendecir. No le importaba si estaba lloviendo y, a veces, se quedaba con toda la sotana llena de barro", ríe Beto, pero se le nota un poco de nostalgia en los ojos. "Lo vamos a extrañar", exhala.
Beto nació en la villa hace 42 años. Es egresado (con orgullo lo dice) de la escuela de artes y oficios que fundó el padre Pepe Di Paola. "El padre Jorge nos decía que había que conocer la pobreza para aceptarla, pero si uno la heredaba ya se daba en forma natural. Por eso es que cuando no tenés ni dos pesos no te sentís mal", razona. Y concluye: "de la humildad podés aprender mucho: podés aprender a vivir con el corazón y no con el bolsillo".
Beto restaura imágenes en las parroquias. De hecho, conoció al Papa cuando este preguntó quién había intervenido la imagen de Santa Teresita, que está en la parroquia de la villa, y de la que él es muy devoto. "A los dos meses, apenas me volvió a ver, me reconoció: ¡vos sos el escultor de Santa Teresita!, me dijo. ¡No me olvido más!".
¡Todos a ayudar!
En la vigilia de ayer, los chicos de las villas que recorrió Bergoglio dijeron ¡presente! con sus carteles y canciones. Uno de los grupos más numerosos era el de Bajo Flores, de la villa 1-11-14. "En mi parroquia Santa María Madre del Pueblo se hace prevención. Yo mismo comencé a los 13 años como ayudante de Catequesis y ahora formamos un movimiento infantil y juvenil para mejorar las oportunidades de los chicos. Esto se logra enseñándoles a no aceptar los ofrecimientos de cosas malas que hay en el barrio, como la droga y la violencia", cuenta Hugo Portillo, de 19 años. Su vida se reparte entre la escuela, el trabajo, el movimiento parroquial y un grupo de cumbia que se llama Bailalo Piola.
Desde la villa 21 y 24 llegan Clara Núñez, Leticia Verón y Sergio Mencia, todos de 17 años e identificados con un pañuelito verde con cuadritos. "El padre siempre iba a celebrar misa en nuestra parroquia, de Nuestra Señora de Los Milagros de Caacupé. ¡Ahora todos los pibes de la villa lo vamos a extrañar!", se entristece Clara. "Para nosotros la parroquia es como nuestra segunda casa. En la villa nos respetan mucho a los que somos de la Iglesia. ¿Ves esta pañoleta que tengo alrededor del cuello? Bueno, te ven esto y podés ir sola, que no te va a pasar nada malo. Ahora, si no la tenés, ya no sé, porque no llevás ninguna protección".